En la imaginación

 

Cuando escucho el canto de los pájaros y escucho la música que viene del río, cuando contemplo la palpitante belleza de las flores que embellecen el jardín y veo cómo cada estación se pasea de una forma distinta por él, cuando huelo el perfume profundo de las sierras y las cañadas donde crecen las plantas olorosas y oigo el interminable diálogo entre ellas, cuando me siento contemplándome en esta contemplación y viviéndome en todas estas cosas, mi espíritu no acierta a desvestirse de ellas y a pensar, ni por un momento, que algún día se vayan del paisaje y dejen solo al hombre.                                                                                                                                

   ¡Qué honda sería la soledad del hombre si se fuesen los pajarillos del aire, las flores de los jardines, los peces de las agua, los animales de la tierra!. ¿Qué quedaría para contemplación del hombre? ¿Con qué calmaría el hombre su soledad? ¿Con qué calmaría el hombre su vacío?... Iría por los campos como un sonámbulo sin rostro. Pasearía por la tierra como ajeno a ella. Volaría por los cielos tan en solitario que sería aún peor que el más mísero de los dioses caídos; porque todos estos seres forman parte de un rincón en el corazón del hombre, aunque a veces él no lo sepa; porque últimamente huye de su propio corazón. Todos estos seres son hermanos del hombre en su caminar por este bello planeta: unos dándose en sacrificio; otros, ofreciéndoles su ternura a lo largo de incontables tiempos, le han hecho llevadero su viaje y le han hecho llevaderos los propios desatinos que ha cometido en esa lucha que, con él mismo, mantiene dentro de su alma.

   Yo no quiero concebir, como me dicen, que de continuar esta inconsciencia colectiva de destrucción y muerte, para el año dos mil apenas habrá ya pajarillos en el cielo, y apenas habrá delfines y ballenas en los mares, y apenas si habrá bosques donde puedan vivir libres los insectos y los animales, y apenas habrá ríos cristalinos donde los peces puedan hacer su vida en silencio y en paz.

   Yo no quiero concebir, como me dicen, que el propio sol nos traiga la muerte, y las propias lluvias nos traigan la destrucción, como si fuese de ácido y no de agua limpia y viva; que los desiertos anden más deprisa comiéndose el verdor de las cosechas; que el hombre se pudra sentado delante de la televisión y esté insensible a la muerte de sus hermanos, mientras tiene lleno el estómago y una justificación en la cabeza.

   Yo no quiero concebir, como me dicen, que las naciones se roben unas a otras sus riquezas con mentiras, y unas a otras se descompongan bajo el yugo de las armas y de los intereses económicos; que hablen de paz cerrando sus corazones y que quemen las riquezas de sus culturas por imitar a la más fuerte, que no siempre es la más sabia.

   La niebla acompaña al hombre moderno por los caminos y también la niebla parece como si se hubiese adormecido en su corazón. Pido porque el viento caído del sur la disipe y el viento cálido del sur abra la Tradición a los ojos del hombre y encienda su alma.

   Ya casi se ha olvidado que puede volar y también se ha olvidado que es un dios en el cielo de los dioses.

   Desde esta pequeña particularidad Tuya que soy, ¡Oh Todo Uno Consciente!, abro mis brazos en oración hacia Ti para que enciendas la Llama Viva en el corazón de la humanidad. Que así sea.